La Vuelta a Europa en furgoneta
LA VUELTA A EUROPA EN FURGONETA
En la cuna del capitalismo difícilmente pueda sobrevivir un viajero. Entre el alto costo de vida y las multas hasta por respirar, está claro que Europa es de los últimos continentes que yo, por lo menos, postergaría la estancia.
Sin embargo, fui y vine muchas veces. Mis raíces me anclan al suelo y aunque me voy, siempre vuelvo.
Me sorprendió enterarme que hay cristales de magnetita en el cerebro humano, la que determina el regreso del salmón al huevo, la que dirige los vuelos de las mariposas monarcas, lo que usa la vida para volver a los orígenes. La fuerza de la magnetita en lo más profundo de mis células me acerca a estas costas, mientras que, a contracorriente, otra fuerza, tan o más poderosa, me hace socavar un afluente para escapar del Leteo* y salir, al fin, de este bucle de «la rueda del Samsara».
Corre por mis venas sal mediterránea siciliana con entradas ancestrales que se fueron haciendo rías gallegas. Es por eso que es difícil ignorar a Europa. Ella es mi imán. No es casual que, magnetizada, siempre vuelva.
Pero, como decía, no es sencillo sostenerse en la cuna del capitalismo. Siendo marinera, siempre tuve un camarote. Esto me ayudó (los alquileres son carísimos), sin embargo, en un momento determinado comencé a necesitar un Plan B: una alternativa; quiero decir: ¿con qué sustituirlo en caso de D.F.: Desembarco Forzoso?
Mi inconsciente (como siempre) materializó la respuesta sin pedirme permiso. Europa me presentaba a mi primera casa: La Verde: mi madriguera rodada, que, dando vueltas, escribiendo en la marcha nuevos caminos hizo de gran compañera y fue mi abrigo del frío.
Copenague, Dinamarca
Venía de Copenague, huyendo de los inaccesibles precios y de una apretona… ya sabes, cuando le dices que no a un hombre y eso ya es un motivo para dejarte de patitas en la calle. Así empezaba mi vuelta por Europa en furgoneta.
Amsterdam, Holanda
Amsterdam, Holanda
Amsterdam, Holanda
Puerto de Hamburgo, Alemania
ALIMOUS, comedor público en Hamburgo
Recién llegada a Berlín
Berlín, Alemania
La Puerta de Branderburgo. Berlín
Check Point Charly – Berlín
Puerta de Branderburgo. Berlín
Muro de Berlín
Muro de Berlín
Pero antes de conocer a la Verde pasaron muchas cosas. Haciendo dedo llegué a Berlín, y de allí a Zeuden: una granja en la Alemania rural donde había una comunidad israelita-alemana que me ofrecieron techo a cambio de darle de comer a los animales.
La granja de Zeuden. Mi paraíso hecho Tierra.
Zeuden
Zeuden
Zeuden
Pasados unos meses, en la granja, me comentaron acerca de una furgoneta a un precio irrisorio, algo simbólico. Lo sentí como una alarma natural, una especie de despertador inherente a mi ciclo vital que me decía: “No te relajes, tu casa es la ruta, no lo olvides”. Y pensé que había llegado el momento de preparar la marcha aunque, para ello, debía aprender a pasarlas. Hasta entonces no sabía conducir.
Compré la furgona. Hice trámites de transferencia y llamé a un amigo para que me acompañara en mi vuelta a España, esta vez con casa.
La bella Treuenbrietzen, Alemania
Sulikow, frontera entre Polonia y República Checa
Praga – República Checa
El rio Moldava, Praga
Praga
Salzburgo, Austria
La Verde no era una simple furgoneta para mí. No solo me protegería de los largos y crudos inviernos europeos, sino que ya no tendría que soportar ninguna otra apretona. Mi casa tenía presencia y personalidad. Tenía sus propios sueños y su carácter. Me elevó por los Alpes y me hizo mar azul en la costa francesa. Me enseñó a conducir. Fue ella primero y después el carnet. Fue maestra, riesgo y madriguera. Me llevó en volandas por Polonia, la Baviera y perseguimos juntas los sinuosos pasos del temido monstruo del Golem en las riberas del Moldava.
Praga
Río Aar, Berna. Suiza.
Berna, Suiza
Alpes suizos
Alpes suizos
Alpes suizos
Aosta, Italia
Monchiero. Piamonte italiano
Murazzabo, Piamonte italiano
Dogliani, El Piamonte italiano
Tende. Francia
Nice, Costa Azul. Francia
Una vez llegados a la costa Azul noté que no solo se nos estaba agotando el depósito de gasolina, sino también, mis humildes ahorros. Teníamos que empezar a comer lo necesario y a dar menos vueltas, si lo que buscábamos era llegar a Santiago: el final del camino.
Sierra del Leire – Huesca, Aragón, España
Pueblo fantasma Esco – Sierra de Leire, España
Pueblo fantasma Esco – Sierra de Leire, España
Selva de Irati – La bella Navarra, España
San Juan de Gaztelugatxe, País Vasco. España
San Juan de Gaztelugatxe, País Vasco. España
San Sebastián, País Vasco
San Sebastián. Guipuzcua, País Vasco
Camino a Logroño, España
Camino a Burgos. España
Soria. España
Picos de Europa. Cantabria
Unquera, Cantabria
Las Médulas, León. España
Las Médulas, León. España
Las Médulas, León. España
Pedrafita de Cebreiro, Lugo. Galicia, España
A unos 80 kms de la meta nos quedamos sin gasolina y sin dinero. La suerte fue que la Terra de las Meigas es hogar para mí y en familia todo es más fácil. Desde aquí viaja mi linaje materno y no es casual que cada vez que quedo desamparada, sin más recursos, Galicia siempre está ahí para rescatarme.
En el plano espiritual, la salvación, sin duda, llegó de parte de mis meigas*. En la dimensión material, este salvavidas vino de la mano de un amigo que viajó desde Santiago con un bidón de gasolina y así llegamos al final del camino.
Para mi Santiago es Santiago. La ciudad que siempre me abrigó a pesar de las tormentas. Cada vez que empiezo y termino un ciclo, sin siquiera proponérmelo, la ruta se me llena de esas flechas xacobeas y entonces sé que la magnetita se me está activando por dentro.
Una vez en Santiago, mis queridos gitanos me ayudaron a que La Verde se expresara y sacara todo lo que llevaba dentro.
La calabaza se transformó en un hermoso carruaje. Le hicimos una cama arriba lo que me permitió crear el espacio necesario para guardar mis tesoros debajo del colchón. La mesa era plegable y no necesitaba más porque lo tenía todo.
De esta manera llegaban mis raíces móviles,
a mi medida y coordenadas.
Mi nido, colgado a una nube.
¡Anclado en la ruta!
EL RELATO EN IMÁGENES