Como un perro de caza seguí los pasos de mi abuelo que un día emigró de su mediterránea Sicilia al rioplatense Buenos Aires en un viaje en solitario en busca de su destino. Y como él, yo no podía hacerlo así como así, en avión a Roma y de ahí a Sicilia… No. Tenía que ser de aventura, como nosotros. De norte a sur. Así que pensé en Venecia.

 

 

Italia, de norte a sur

Venecia, Italia

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

Y ahí estaba yo, arremolinándome en esos canales tan idílicos donde los mercaderes venecianos traían algodón, seda y porcelana de China, especias de Zanzíbar e Indonesia y gemas y marfil de Burma, a cambio de su encaje y cristalería. Me sentía Marco Polo, aunque obviaría la cárcel. 

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

De Mestre por el Puente Libertad llegaba al Gran Canal. Me camuflé entre las máscaras de los carnavales como hacía la nobleza medieval para festejar a lo grande sin ser reconocida por el pueblo. 

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

Carnavales en Venecia, Italia

 


 

Venecia fue una ciudad refugio, escondite de los Veneti, una tribu romanizada que llegaba a los pantanos para evitar los saqueos de Aníbal y de otros celtas. En un principio, estos romanos se asentaron de manera pasajera, esperando volver algún día a sus ciudades. Echaron zancos sobre la laguna y clavaron pilares en el lodo. 

 

Las invasiones bárbaras no cesaban y fueron postergando el regreso a casa. Como no había tierra para cultivar, improvisaron con el comercio que, a causa del rotundo éxito, se convierte en un nuevo paradigma: el capitalismo.

 

Con lo cual, el norte de Italia es un paso obligado en nuestra historia moderna. Tierra de mercaderes, de merovingios*, de caballeros y cruzadas.

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

Venecia es Venecia. Supo transformar las adversidades territoriales en puntos a su favor, elevándose como la gran potencia comercial de la oscura Edad Media.

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

De Venecia llegué a Forli pasando por Chioggia, y así hasta Codigoro.

 

Los Apeninos de Emilia-Romagna se llenaron de mil colores cuando nos conocimos.

 

 

Italia, de norte a sur

El Parque de Dante. Emilia Romaña, Apeninos italianos en otoño

 

 

Italia, de norte a sur

Los bosques de Dante.

 

 

Italia, de norte a sur

 


 

 

Italia, de norte a sur

Rocca San Casciano, Emilia Romaña, Italia

 


 

Seducida por los viñedos toscanos llegaba a Florencia. Lo primero que vi fue el Duomo que se levantaba de la ciudad donde un día los Médici renacían la historia con el arte que al medioevo le sacudía el polvo.

 

 

Italia, de norte a sur

Duomo de Florencia


 

El Renacimiento más que ser una nueva expresión cultural, retoma, con retoques, aspectos clásicos de la antigua Grecia y Roma. De esta forma, la burguesía abría otro capítulo en la historia de nuestra humanidad, y para expresar su YO en el escenario social necesitó de artistas, los cuales dejaban de ser artesanos mientras pintasen lo que les indicasen sus patronos. Este proceso no sólo se daba en la Florencia de comienzos del siglo XV, sino también en la Grecia clásica de Esquilo, Sófocles y Eurípides o en la Inglaterra de Shakespeare. Se dio en la Vieja Roma, en la China tradicional y en el Japón de la era Genroku. En definitiva, todo auge cultural está siempre ligado a un cambio social, en este caso, el nacimiento de la burguesía.

 

 

Ponte Vecchio- Florencia

 

 

 

Parque Michelangiolo- Florencia

 

 

 

Florencia

 

 

 

 


 

Caminé, fui y vine sobre el Arno, por el Ponte Vecchio. Tantas veces había imaginado levitarlo entre sus tiendas y sus casas, tan fantástico, tan de cuento.

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

 

Rio Arno- Florencia

 

 

 

Rio Arno- Florencia

Ponte Vecchio, Florencia


 

Siguió Pisa.

 

Italia, de norte a sur

Torre de Pisa

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

Ya después, las Cinque Terre, enclavadas entre el mar de Liguria y sus viñedos y olivares. Pintada de mil colores. Proyectándose al cielo desde sus sinuosos callejones.

 

 

Italia, de norte a sur

Manarola- Cinque Terre, Italia

 

 

Italia, de norte a sur

Manarola- Cinque Terre, Italia

 

 

Italia, de norte a sur

Manarola- Cinque Terre, Italia

 

 

Italia, de norte a sur

Riomaggiore, Cinque Terre, Italia

 

 

Italia, de norte a sur

Riomaggiore, Cinque Terre, Italia

 

 


 

Me fui en tren de estos parajes sacados de un dibujo y llegué a Spezia de noche. Tenía que encontrar una pieza barata para descansar. Acorralada entre los Alpes Apuanos y el mar de Liguria, me encontraba frente a hoteles muy por encima de mi presupuesto. Supe enseguida que me tocaría caminar. La única vía para conocer a los personajes que vagabundean las noches.

 

Fui al epicentro de todo pueblo: la plaza central. Había una iglesia. Siempre hay una iglesia en las plazas de cualquier ciudad. Lo curioso es que era muy tarde y estaba abierta. Me enteré de que no cerraba ¡Había encontrado el refugio!

 

Estaba famélica, la esperanza fue que los primeros cafés abrirían en cinco horas. Afortunadamente madrugan en Italia. Mientras tanto, a escribir. Siempre la escritura me resultó para anestesiar las necesidades. Tampoco estaba mal, escribir en una iglesia con vagabundos, como yo, me pareció interesante. Algo que no se hace todos los días, y empecé a percibir un poco menos de hambre.

 

Los observaba. Siempre sentí un cierto magnetismo por el mendigo. No es lo mismo que un ladrón. Para cada profesión hay que tener una cierta pasta. La humildad de pedir no tiene precio. Es por eso que cada vez que puedo, les doy; como muchas veces me dieron a mí. Al final, siempre vuelve. Mientras tanto, la calle nos junta. Nos hace iguales. Y es entonces cuando prometo que nunca me alejaré de los márgenes, aunque tenga para taxi. El día que me olvide de eso…  supongo que dejaré de caminar, y con ello de escribir, de sentir… de vivir, en definitiva.

 

Buscábamos calorcito bajo un techo. Lo encontramos frente a un Cristo crucificado. No sé si se identificarían con la imagen; yo, a veces sí… aunque no aquella noche, estaba disfrutando.

 

Ahora transcribo lo que una noche escribí, frente a imágenes santas, en esa iglesia de Spezia, de luna creciente. No sé qué le pedían a Dios. Supongo que lo mismo que yo: matar al hambre. 

 


 

Al otro día, las plegarias de todos me llevaron a Fezzano donde conocí a dos maravillosos sicilianos: Antonino y Octavio, que me hospedaron en su casa mientras los vagabundos de Spezia andaban conmigo, dándome limosnas a caudales, a la distancia. Y desde allí, con riqueza, en luna llena, como yo, llegué a la Eterna Roma. Hecha de botines de guerra traídos de Jerusalén.

 

 

Italia, de norte a sur

Roma, Italia

 

 

Italia, de norte a sur

El Coliseo, Roma

 

 

 


 

Como Eneas llegaba a mi Hesperia, con la ayuda de Eolo, Mercurio y de Venus. Caminé entre las ruinas. Ya había dejado los lujos de la vieja Cartago. Bajo las directrices de Sibila de Cumea me dirigí al Averno y me topé con Caronte mientras una multitud de sombras extendían sus brazos suplicándole por la otra orilla.

 

 

Italia, de norte a sur

 

Fontana de Trevi, Roma

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

 

El Foro romano. El Coliseo, Roma

 

 

Italia, de norte a sur

El Vaticano

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

 

Italia, de norte a sur

 

 

 

 


 

Y con la ayuda de Virgilio, termino mi aventura por el Tíber tras los pasos de San Diego y San Gennaro, que me hablaron de la Campania y de Nápoles, de Pompeya y el Vesubio.

 

 

Italia, de norte a sur

Nápoles, Italia

 

 

Italia, de norte a sur

Barrio San Giovani de Teduccio – Nápoles, Italia

 

 

Italia, de norte a sur

Barrio San Giovani de Teduccio – Nápoles, Italia


 

Bajo rascacielos se esconde la Nápoles subterránea, refugio en la segunda guerra mundial de los ataques aéreos. Lejos de las bocinas impacientes y del rugir de las motos se encuentra el silencio de las catacumbas, las cuevas y de los primeros sepulcros cristianos.

 

Alrededor del siglo quinto antes de Cristo, los griegos construyeron su Neápolis (Ciudad Nueva, que con el tiempo se llamó Nápoli). Luego, los romanos, usaron estas canteras para un complejo sistema de acueductos subterráneos, y ya los napolitanos los reciclaron para sus basurales hasta que una epidemia de cólera, en 1880, los obligó a cerrarlos. Con la segunda gran guerra, se reabren. Hoy, son el gran itinerario turístico que nos aleja de la ruidosa Nápoles por un rato.

 

 

Italia, de norte a sur

Barrio San Giovani de Teduccio – Nápoles, Italia

 

 

Barrio San Giovani de Teduccio- Nápoles, Italia

 

 

 

Italia, de norte a sur

Barrio San Giovani de Teduccio – Nápoles, Italia

 

 

Barrio San Giovani de Teduccio- Nápoles, Italia

Barrio San Giovani de Teduccio – Nápoles, Italia

 

 

Italia, de norte a sur

Barrio San Giovani de Teduccio – Nápoles, Italia

 


 

Y me embarqué. La costa amalfitana me decía que había llegado la hora. El año nuevo pagano, esta vez, me invitaba a reencontrarme con una tierra ancestral donde algún tiempo atrás mis genes se arremolinaban con la mar cuando rompe en las rocas volcánicas. Iba al lugar exacto donde un día Eolo eligió bajar del Cielo.

 

Me hubiese gustado seguir conociendo el norte peninsular de esta bella Italia. Respirar un tiempo más esa paz (que nada tiene que ver con la paX augusta) y el olor a las uvas de las campiñas toscanas. Pero me interesaba respetar ciertas fechas. Tenía que ser un 31 de octubre y acompañar a todos los santos y velar a todos mis muertos.

 

Navegaba hacia un punto de inflexión de mi propia historia. Un hito en la saga de los Tesori-ero.

 

 


 

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(SEGUIR EL RELATO CON):

 

Tesoros ocultos por los piratas de Barbarroja

 

Italia desde el sur

 


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