Kintsugi
KINTSUGI
En la cultura japonesa hay una costumbre maravillosa: el Kintsugi, que es la práctica de reparar las piezas de cerámica que han sufrido algún daño. Cuando un jarrón, por ejemplo, se quiebra, se utiliza esa veta para embellecerla. Se completa con resina y se espolvorea con oro.
Así, los japoneses aprovechan la coyuntura del accidente para mejorar la pieza. Exaltan la historia del «jarrón» en lugar de ocultarla. Una metáfora muy interesante para llevar a la práctica, sobre todo en los tiempos que corren.
Las cicatrices nos llevan a toda una historia digna de recordar. Un punto de inflexión en nuestra vida, no solo en nuestro cuerpo. Porque, como es adentro es afuera. Cuanto más honda es la cicatriz, más trascendente.
Así funciona la evolución. Solo a partir del conflicto, un día el pez pensó que sería buena idea pisar tierra firme, y de renacuajo se hizo anfibio. De ahí la imagen transformadora de la rana de nuestros cuentos de hadas.
Lo cierto es que para transformar al mundo, primero deberemos transformar nuestros hábitos. La palabra HÁBITO significa «nuestra manera habitual de habitar el mundo». Y transformar nuestras maneras de relacionarnos con todos y todo es el primer paso para dejar un planeta mejor que el encontrado. Como el oro sobre el quiebre de la pieza de cerámica.
Ervin Laszlo, físico húngaro y filósofo de la ciencia, nominado dos veces al Premio Nobel de la Paz, en su teoría de la Dinámica de la Evolución, nos dice que cuando se alcanza un punto crítico, como bien podría ser este 2020, el sistema se bifurca. O bien se desmorona o se reorganiza de otra manera a fin de estabilizarse. Y esto es la bendición de la maldición: la reinvención, lo que hace que demos un paso más en esta espiral que nos asciende al Cielo. Un camino nada fácil pero bello. Una vida plagada de muertes y renacimientos.
Aprovechar las crisis para cambiar y evolucionar es la enseñanza que nos deja el Kintsugi. Una lección para no olvidar, como las arrugas: los renglones que transcriben en mi rostro la historia de mi alma, como las fracturas tectónicas en el lecho marino, como la herida: la hendija que proyecta la belleza.